martes, 14 de abril de 2009

Engendro

También estoy embarazada. De ese imbécil (o sea de mi imbécil, no del mismo imbécil de la chica que no es la misma que la chica del papiloma que no es la misma que el del perro en el culo que el ególatra mega mamón que... oh, esta falta de firmas llega a ser confusa).

Me acuerdo de la tarde que pasamos platicando del futuro. Que la casa en Río Frío, que si el amor de su vida era yo, que si en cada rosa roja (porque me traía una cada mañana) veía un poquito de nosotros. Al otro día, sudada y cansada por tanto hacer el amor, preparé chocolate de Oaxaca y salí al mercado a buscar pan de yema. Era tonto hacerlo en Zacatecas, pero lo encontré en un puestecito junto a la florería. Ese día pensé que no tendría que buscar más, nunca más. No pensé: supe. El sol sale mañana, la luna y las estrellas son bonitas, mi queridísimo y yo estamos juntos.

Me acuerdo de otras tantas, de tardes, mañanas, noches, mañanas, tardes, en el Museo de Arte Moderno, en el Patanegra, en las trajineras, el día que paseamos a sus amigos franceses por el zócalo, la primera vez que me dejó plantada, el ramo de rosas más grande que he visto, la quinta vez que no pasó a verme, la vez que me internaron por sobredosis, las discusiones en el segundo piso del periférico, el delicioso sexo de reconciliación y el viaje que planeamos para volver a empezar.

Me acuerdo también. Estábamos en San Miguel de Allende. Tuvimos al fin "esa plática" frente al pastel de bodas. Sería en la Hacienda de los Morales, invitaríamos a todos, saldríamos en las revistas. Como yo ya había escogido mi vestido desde antes, nos ahorramos un paso. Regresamos al hotel de la callecita detrás de la casa de Allende. Como nuestro amor ya había recuperado su ímpetu, lo desvestí con la boca.

Siempre nos decíamos cosas sucias, pero esa vez lo noté algo extraño. Le pregunté qué le pasaba y me empezo a hablar de Benoit. Me dijo que, en una borrachera, acordaron que los tres nos acostáramos juntos. Accedí porque, después de todo, a mi edad ya va siendo hora de probar cosas nuevas. Me dio las gracias y me dijo: me siento ahora tan libre contigo, mi amor. Es que no hay cosa más rica que sentir una verga en el culo.

Nunca volvimos a ser los mismos. Nunca fui la misma, más bien. Ahora me la paso en internet, manteniendo un blog en el que finjo veinte años menos de los que tengo. Aceptando invitaciones de jovencitos idiotas, que creen que enfermedades venéreas y delirios de grandeza pueden ser llamados traumas.

¿Trauma? el imbécil me dijo, meses después, que no lo merecía porque no podía darme la vida a la que estoy acostumbrada. El hombrecito de Polanco, con el Coronel colgado en la sala. Me pareció tan corto, tan poco acertado, que no podía ser otra cosa que un insulto. Una forma de regodearse en su jodida mariconería de niño consentido y malcriado. Me pidió su llave de regreso. Le di una copia de la de mi departamento.

Salió con el puto, ocho horas y media después. Rompí todos los libros que pude en media hora. Azoté todos los cuadros contra el piso, rasgué con un cuchillo la pintura de Coronel.

No tuvo los huevos para acusarme con la policía, así que lloré a gusto todo marzo. Ahora me entero de que estoy embarazada. La estúpida idea el día del pan y el chocolate, que recordé mientras escribía esto, ahora no me deja en paz. Me siento tan sola que invento identidades en los blogs, donde decenas de niños tontos y mujeres estúpidas alaban las idioteces que vomito.
Iba a decir que el engendro es nuestro hijo y que sin ningún remordimiento iba al hospital a que me lo arrancaran. Ahora no estoy tan segura. Tengo cita el viernes.

viernes, 10 de abril de 2009

Regrese a la casilla 1

No todos los días te toca escuchar de los mismísimos labios que por un tiempo (aunque ese tiempo ya haya pasado) intentaste con tanto empeño besar, que si no tienes ninguna oportunidad es porque eres molesto, irritante; básicamente corrosivo.

Todos los días pasados, desde siempre, lo has escuchado; en cada oportunidad te enteras que cansas a la gente, que eres insoportable, que nadie soporta tu compañía; que si eres así (dicen quienes están tan aburridos para hacerte caso un ratito) es tu culpa, que puedes cambiar y volverte agradable; así, automáticamente (supones), serás feliz, con amor y todas esas mariconerías que a la gente estúpida y normal (como tú, grita ese exagerado rencor) le hacen falta.

Les hiciste caso. Mucho tiempo les hiciste caso. Llevas meses en un estupor vacuno, sonriendo por las cosas, hablando con gente nueva, haciendo las paces con amigos casi perdidos, yendo a todas las fiestas a las que te invitan.

Te cansaste.

Te cansaron: vas a todas las fiestas a las que te invitan pero siempre acabas sentado en un rincón observando a los demás, cuando cada persona a la que le hiciste plática prefirio regresar con sus amigos. Porque de las reuniones tan pospuestas no sales más que con una inmensa hueva, el tedio de saber que después de tantos años las vidas de tus antiguos hermanos, carnalísimos y mejores amigos varios simplemente no te importan. Porque de cada veinte personas nuevas a las que les hablas, diecinueve se aburren.

Eres corrosivo. Te lo dijeron en una borrachera, cuando todas las cosas se dicen en serio. Aburrido, corrosivo, caústico, deforme.

Elegiste un camino exitoso. Si tu vida fuera evaluada según los objetivos que persigues, si una consultora extranjera y profesional, de traje y corbata, con números y gráficas en la cabeza, te conceptualizara y convirtiera en indicadores y variables, saldrías con buenos porcentajes. Te dijiste "seré de los mejores de mi carrera" y lo lograste, imaginaste lo que querías ganar cuando terminaras y lo conseguiste, triunfas donde otros siguen desempleados, cobras cada vez más por un trabajo cada día más interesante; eres un maestro de los objetivos ambiciosos que se convierten en ganancias.

Pero llega el viernes y te vas de la oficina a la casa, solo. A veces levantas el teléfono para marcarle a alguien, pero salió a divertirse, a amar o a coger. Terminas leyendo y tomando café (del caro) en tu cuarto, preguntándote qué salio mal.

Quieres pensar que es porque llegaste a una nueva ciudad y tuviste que empezar de cero; pero la verdad es que la situación en A. ya era insoportable: de tus cinco amigos, los únicos que has tenido, uno regresó a su país, pintándole huevos a todos los que se quedaron a padecer el tedio; uno nunca regresó de su paraíso químico; una se hartó de ser víctima de los avances románticos de los otros cuatro y se largó a estudiar a otra parte; uno se dejó marchitar, harto de una vida de fracasos de todo tipo; uno abandonó el grupo nomás porque sí. El resto te aburría y acabaste por pelearte con todo el pinche pueblo. Aburrido, harto y merecidamente despreciado por todos, te largaste, tú también, a estudiar a otro lado.

Vives alienado de tu familia, por quien puedes sentir cosas como gratitud o remordimiento, pero nunca cariño. Vives separado de todos los demás, porque no te interesan sus vidas de gente que al final también va a dejarte solo.

Es cosa, de todos los días, desde entonces, hasta ahora, saberte corrosivo, conocerte aburrido y tedioso. Te cansaste de la buena onda, no pudiste manetenerte en la terapia, dejaste de sentirte bien contigo mismo, cuando te dejaron solo a pesar de tanto esfuerzo. Cuando te diste cuenta de que no es normal que pasártela bien en una fiesta cueste trabajo.

Era cosa de todos los días no poder sentir más que una cosa: rencor y rabia contra todo y contra todos. Lo controlaste muy bien por un largo tiempo. Te cansaste de intentarlo y fracasar. Te regresaron a la primera casilla tras la milésima expresión de hartazgo en la cara de tu interlocutor.

Luego te dijeron corrosivo, provocaron que te dieras cuenta de todo. Que te aceptes como eres. Corrosivo.

martes, 7 de abril de 2009

¿Y si estoy embarazada?